El sonido es un fenómeno natural que va más allá de nosotros mismos. Solamente conocemos una pequeña parte de él, eso que podemos escuchar. Las ondas sonoras viajan según su intensidad, que se mide en decibeles, y su frecuencia, que es calculada en hertz y denota qué tan grave o agudo es un sonido. La ciudad, desde el aspecto sonoro, es una mezcla permanente de texturas: dependiendo del lugar en el que estemos, algunas son ruidosas y potentes (grandes avenidas), y otras naturales y tranquilas (parques distantes). El ruido por supuesto es desagradable. ¿Quién no se molesta ante el potente y punzante sonido de los frenos de un bus que va apresurado por las calles empinadas de la comuna Nororiental? Este, además de no permitir que escuchemos el canto de las aves o el ambiente natural, tiene consecuencias adversas en nosotros (físicas y psicológicas) como el estrés y el cansancio que son acentuados por los efectos de la contaminación sonora que proviene de muchos amplificadores urbanos.
Recorreremos, entonces, algunos de esos lugares con una relativa ausencia de personas, vehículos y negocios que, con su música y micrófonos, buscaban llegarle a la gente que estaba encerrada en casa.